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El francontirador / Gerardo Fernández Fe


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Gerardo Fernández Fe (La Habana, 1971)

 
   Ha publicado los libros Las Palabras Pedestres (Premio David de poesía 1995), La Falacia (Mención de Honor Italo Calvino de novela 1997), ambos en Ediciones Unión, en La Habana, así como el libro de ensayo Cuerpo a diario (Tse-tsé, Buenos Aires, 2007), ademas de artículos, traducciones y ensayos en revistas de Cuba, México, España, Argentina y Francia.
      

   Mención de Honor en el Concurso Juan Rulfo de Ensayo  2002 auspiciado por Radio Francia Internacional con el texto Un escritor de novelas llamado Roland Barthes.
   
   Vive en La Habana, Cuba. 


El francontirador

-tres relatos inéditos-




LOS TÍTULOS


Apenas hubo procedido la policía política a la detención de Mirto Gutiérrez aquella mañana de abril en su apartamento de Santos Suárez, el teniente que dirigía la operación cayó en la cuenta del error: al equivocar el objetivo, habían dado con un esmerado laboratorio clandestino de fabricación y embotellamiento de ron para exportar. Poco podía entonces el teniente esconder su estupor. Pero como ya resultaba imposible dar vuelta atrás, conminó a Mirto -que fumaba- a sentarse lejos de la puerta y con el arco superciliar derecho indicó a sus subalternos que cargaran con cajas de botellas vacías, paquetes de etiquetas cromadas, chapas, sellos de calidad, pomos de extractos y colorantes, además de un enorme bidón plástico azul con el más puro alcohol.

Lo que nunca entendió el teniente -ya entonces Mirto había sido conducido a uno de los autos de civil encargados del operativo- fue aquella libreta de escolar en la que en lugar de cálculos, fórmulas químicas, teléfonos o marcas de un licor por inventar, podían leerse títulos para algún libro de relatos que Mirto Gutiérrez, entre ron y ron, pretendía escribir: Los pasteles, Historia de la moneda, La mujer del lumberjack, Estructura del humo, El scarabeus y yo, Los batracios, Muerte de un extraño apellido, entre otros.


Primavera de 2003



EL FRANCOTIRADOR


Lajos tiene conciencia de que su historia puede ser contada, de que sobra el material para una buena novela. Su vida se ha vuelto rutinaria, aunque llena de pequeños altibajos. Su día común discurre entre la calma, más bien la pesantez de la calma, y tres o cuatro picos de excitación; como telón de fondo, el sonido de la calle escuchada desde un séptimo piso, el paso acelerado de una ambulancia, el polvillo blanco que se desprende del techo cada vez que desde su fusil sale un disparo certero.

Se dice en dos palabras, aunque -insiste- bien valga una novela: Lajos se levanta de su colchón en el suelo, se acerca con cuidado a la ventana, estudia el asfalto, toma el fusil, dispara y regresa a su colchón, donde continúa su lectura de La montaña mágica. Unas veces cae un señor de un bigote que indigna, una joven hermosa que va a la farmacia a comprar un frasco de Listerine para el mal sabor de sus encías, un niño que ha salido en busca de pan.

Lo curioso -anota Lajos- es percibir los diferentes chorros de sangre según el lugar del cuerpo en donde irrumpe la bala y según el ángulo del disparo, o notar cómo un cuerpo cae, primero que nada sorprendido, cómo a uno se le afloja una pierna mientras la otra persiste en mantener cierto aire marcial, cómo los ojos se dislocan cuando en un cuarto de segundo el plomo destaza la parte más alta de la cabeza, donde el cabello es aún oscuro; incluso el modo en que un disparo eficaz separa un hombro de su correspondiente brazo, y luego el movimiento mecánico de éste, sobre la acera, como el de la cola cercenada de un lagarto.

Un par de horas más tarde, según la curva de atención para una lectura tan espesa, Lajos retoma el arma, cumple con un disparo, se enjuaga la cara, vuelve a abrir el libro del viejo Thomas.



SOBRE LA LUZ


Es curioso que nadie haya remarcado que con la crisis económica y tras el cierre de la fábrica Yara de baterías eléctricas, la principal afectación haya estado en el comportamiento de las linternas en los cines de la ciudad.

Visto desde arriba, no hubiera sido difícil constatar la merma en la producción de halos, el movimiento nervioso de la mano fatigada a través de una luz tartamudeante o la pobreza con que fueron respondidos los reclamos de la sociedad civil.

--Con el tiempo se me fue apagando la linterna. Reclamé a la administración, pero me hablaron de guerra y otras historias que nunca he entendido.

Lucila, 53 años, acomodadora en retiro tras el cierre del cine Mambí.

--Es increíble lo que uno ha tenido que inventar para dar luz a la población. Claro que nuestra vista ya no es la misma. ¿Sabe usted cuánta cosa rara hemos visto bajo tanta oscuridad, así, como no queriendo, pero al fin la hemos visto?

Carmen, 40 años, carpetera expulsada del hotel New York, hoy acomodadora en el cine Florida.

De ahí que Crescencio, de 45 años, aficionado a los crucigramas y único ejemplar masculino en el mundo de las sombras, la humedad y la pantalla gigante, insista en que sea incluida en nuestra encuesta la historia del hombre que, atrapado uno de sus pies entre el escalón y la hilera de butacas, exclamaba ¡Luz, más luz!, como un alemán que agoniza.

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